martes, 19 de junio de 2012

Comentario :

Huallanca, huallanquinos ... y algo más
Por Luis Antonio Páucar Solís

El 28 de agosto de 1963 en Washington DC, Martín Lutherking decía “Tengo un sueño, un solo sueño, seguir soñando. Soñar con la libertad, soñar con la justicia, soñar con la igualdad,con pueblos más prósperos y ojalá ya no tuviera necesidad de soñarlas.”
Parece que Huallanca es un pueblo de una lucha de todos contra todos. La llegada de importantes empresas mineras, las altas sumas de dinero proveniente de los impuestos mineros que maneja nuestra municipalidad y las principales comunidades campesinas, donde están ubicados los principales proyectos mineros; está desatando una lucha de todos contra todos, por alcanzar ser parte del reparto económico de este gran momento que como pueblo estamos viviendo.


La identidad de nuestro pueblo, la fortaleza o debilidad de su identidad como cultura, como sociedad, tiene profundas implicancias en su capacidad de integración, en sus potencialidades humanas de desarrollo cuantitativo y cualitativo. Huallanca, por todos es sabido de su carácter de pluricultural, que si bien en teoría podría funcionar como una fortaleza desde una perspectiva cultural y turística, desde una visión más política, económica y técnica; esto representa una debilidad y uno de los tantos motivos que “justifican” la desigualdad en el reparto de los beneficios provenientes de los tributos mineros.


Será el dinero capaz de acabar con nuestra moral, echar por tierra nuestra dignidad y grandeza de un pueblo con un pasado glorioso, para llegar a desconocer a nuestros propios hermanos, las ansias de dinero nos están venciendo, seria muy triste que la tierra hermosa rica y generosa caiga cual castillo de arena, acaso son estos los males de la riqueza, derroche, malversación, elefantes blancos, corrupción, obras publicas sobre valoradas e innecesarias, gastos públicos suntuarios, peculado, lucha por alcanzar ser parte del reparto de la torta tan mezquina y lejana para muchos.


Esta lucha hace que algunos quieran ser empresarios, otros buscan ser partes de la gran Antamina, y el resto entrar a uno de los proyectos mineros como Atalaya o Hilarión. Es difícil creer cuando alguien te cuenta que el enemigo de un huallanquino es otro huallanquinoo,  que alguien te diga es más fácil que un foráneo ingrese a trabajar a la empresa Milpo. Sin embargo , para los que  residen en la ciudad de Huallanca no hay cupo, sólo para comuneros e hijos de comuneros; nos hemos vuelto tan personalistas,  y a ese pueblo rico y generoso lo hemos dividido.
Hoy es común hablar de la comunidad campesina de Chiuruco o de la asociación de pequeños propietarios Mauro Aquino Albornoz como si fueran otros pueblos. Las comunidades han adquirido tanto poder político que son ellos quienes deciden quién trabaja y quién no en estos dos proyectos mineros, llegando a negarle a sus propios hermanos (a los huallanquinos) el derecho a trabajar.


¿Tiene remedio la actual desunión en que vivimos como huallanquinos? ¿Podrán nuestros líderes hacer consenso del Huallanca que queremos y fusionar a nuestro pueblo o podrá más su demagogia populista en aras de sus intereses personales? No somos del todo pesimista, basta decir que en algún momento tendremos que reconocernos como hermanos, y poder hablar de Huallanca como un todo, sin necesidad de mencionar a las comunidades como si fueran otros pueblos, basta decir que acabada la bonanza minera el pastel de la economía será cada vez más pequeña y lo que va sacarnos de la pobreza es encaminarnos por el desarrollo de actividades productivas paralelo a la minería.


Ahí está el desafío para los próximos años, que solo vamos a poder remediarlo con más unión, para producir más eficientemente actividades como la ganadería, la agricultura y el turismo. Nuestra necesidad urgente es entonces fortalecer instituciones, apostar por la educación, y apostar por los proyectos de desarrollo alternativo que son a largo plazo y con los que mas vamos ha convivir, tenemos que empezar a compartir retos y tener ideas homogéneas así a donde vamos como pueblo.


Ojalá ya no tuvieramos la necesidad de soñar