¡Qué hermoso atardecer huallanquino!
Rolando Húbner Marcos Picón
Todavía puedo ver los últimos rayos del sol posarse sobre los cerros, despidiéndose lento, se va como sin querer y va pintando todo del mismo color, cielo con nubes, un horizonte de color plomizo. Da nostalgia éste atardecer, porque puedo ver cerca a mi posarse en una rama un hermoso pajarito que canta como despidiendo al día.
Trato de secarme la frente mojada por esta tarde de lluvia y sol, capricho de la naturaleza; donde desde las entrañas de la tierra sale un arco iris que pinta el cielo de multicolores, un arco iris que parece abrazar a nuestro pueblo, el piso esta mojado, siento el murmullo del viento que me acaricia la cara como queriendo decirme algo; mientras sigue lloviendo, una lluvia tenue y silenciosa, el sol se va ocultando cada vez más dando fin a un día más o a un día menos.
Entonces pienso el desarraigo que debieron sentir quiénes que por diversos motivos se vieron obligados a dejar el lugar donde nacieron y si aún recuerdan, extrañan o añoran volver a contemplar estos hermosos atardeceres que como pinturas se posan en esta hermosa tierra, y que los pintores no han podido aún inmortalizar; me pregunto si ellos sintieron al igual que yo esa sensación que comprime el pecho.
Serán acaso los años los que me hacen que tenga una pausa, detenerme un rato más, y contemplar cada uno de los paisajes que me rodean, o en este largo viaje lleno de aventuras, de infortunios, de alegrías, de tristezas, de hechos, desesperanzas de jaranas, pausas, risas, llantos y melancolías.
Después de haber rodado por el mundo, persiste aún la nostalgia de volver a nuestro hogar, a nuestra tierra, volver a casa humilde, pero que abriga, que tiene paz interior, que gusta, que amamos, donde está nuestra gente, sus calles silenciosas, sus entornos, sus cerros, sus días de sol, lluvia y mucho frío; cuando todo esto se junta para formar hermosos paisajes, lleno de colores, olores y fragancias, secuencias de días hermosos.
O tal vez son las horas de espera de un café que no tomamos o la nostalgia, la serenidad y la paz o el recuerdo de esos lonchecitos de cuatro de la tarde, esa taza de café caliente que acompañaba las tardes frías, que servían para conversar horas y escuchar las anécdotas de la abuela, detrás de esta taza había historia, había canto, poesía, melancolía, diálogo, risas y reflexiones, de tras de ese cafecito había pausa para mirarnos a los ojos y nos recuerda que siempre debemos hacer una pausa, para contemplar un atardecer, un amanecer, una noche oscura, y así poder guardar estas estampas en nuestras mentes para cuando regresemos.