Cambiar de Obra
Rolando Húbner Marcos Picón
No sé si es la comodidad de la silla o el silencio de esta noche, en días donde el ritmo repetitivo de la lluvia rompe cualquier concentración, hoy me siento a pensar si así lo quisiéramos llamar o solamente llega la idea de participar en este escenario político que más parece una presentación artística en un teatro donde todo es una simulación.
No sé si es la comodidad de la silla o el silencio de esta noche, en días donde el ritmo repetitivo de la lluvia rompe cualquier concentración, hoy me siento a pensar si así lo quisiéramos llamar o solamente llega la idea de participar en este escenario político que más parece una presentación artística en un teatro donde todo es una simulación.
Cuando vemos a la política como un
escenario donde está permitido las mentiras, la corrupción, los engaños, las
calumnias y hasta las amenazas nos convertimos en una sociedad dramática,
contorsionada, gesticulante; donde todos actuamos, y somos partícipes de un
teatro, y de una obra donde no queremos actuar, porque en los vestuarios
comentamos las verdades y no estamos de acuerdo con este escenario.
Cuando esto pasa en los pueblos las
sociedades se dividen entre los que aplaude y los que de una u otra manera
muestran rápidamente su desencanto, pero están también los que escriben loas,
gritan, cantan el himno falso y los que callan, porque saben y no quieren decir
la verdad entonces, los ciudadanos pasamos a ser actores de un dramatismo que
tampoco queremos.
Miremos a donde miremos encontraremos
actores de este teatro falso, y los ciudadanos convertidos en espectadores
perpetuos no debemos pensar, ni interpretar los hechos y actos nada sanos de
nuestros actores principales, solo tenemos que caminar en nuestro pueblo en un
espacio público que no nos es ajeno que conocemos, pero del cual no podemos
opinar, maldecir, ni criticar porque somos espectadores mudos de este escenario
del cual somos dueños pero no amos.
Los actores principales, seguirán en sus
nubes esperando el aplauso o la pifia de la multitud, o contratando a
periodistas dispuestos a poner su talento al servicio de los dueños del teatro,
para cantar alabanzas, empalagosas frases bonitas, con campañas festivas, o
promocionando festivales donde la borrachera, las bandas de músicos compra
conciencias y como siempre nosotros estaremos en la tribuna aplaudiendo cada
escena aunque ninguna merece realmente tal aplauso
Nace aquí la industria de los ayayeros
que enumeran las virtudes del líder y nos muestran a todo un angelito, al
protagonista, el actor principal a quien está prohibido criticarle, a un buen
actor, pero también como pueblo nos dividen entre los leales y desleales.
En este teatro de actores falsos no
importa mucho el origen de los leales, si han cambiado de camiseta, olvidando
sus ideales, su moral ni su ética, si en algún momento lo tuvieron solo esperan
ser llamaado como los actores principales, no importa su pasado “si fue no me
importa” a los leales les es perdonado todo siempre que se muestren dispuestos
a participar, aplaudir, lanzar loas, y armar el bullicioso ritmo para el oído
de los actores.
Y donde quedamos nosotros cuyos actos y
actores están en contra de nuestras convicciones, de nuestra conciencia, lo
seguiremos haciendo con los rostros adustos en silencio y de mala gana, pero
recuerden que si no hacemos nada tendremos que asistir una y otra vez a la
misma función.
Cambiar de teatro y de actores supone
construir otro edificio y buscar nuevos actores entre los espectadores para una
nueva obra esa obra será la inspiración de un pueblo con actores nuevos con
compromisos nuevos y entonces podremos decir que nuestro pueblo tendrá futuro.