La política nos robó la inocencia
Rolando Húbner Marcos Picón
La política era vista como una actividad digna, era un honor al que
podía aspirar todo hombre o mujer, y tenía que desarrollarse teniendo como
principios el conocimiento y la verdad, los que llegaban a ser autoridades eran
vistos como hombres que se merecían respeto, y para saludarles nos teníamos que
sacar el sombrero o cualquier prenda que tengamos en la cabeza.
Lamentablemente en las últimas décadas la política se ha ido
desvalorizando, el desencanto ha sido gradual y lo estamos escuchando en cada
una de las marchas que vemos; frases como “que se vayan todos”, “nadie me
representa” y un largo etcétera de frases. La política nos robó la inocencia,
se convirtió en un aprendizaje continuo de decepción, la indignación de
jóvenes, de los trabajadores y de toda la población se puede explicar por las
constantes acciones negativas; como si cada gobernante fuera peor que el
anterior. Hoy la población reclama con molestia, se indigna, grita, se
decepciona; en consecuencia hemos perdido la confianza en nuestros gobernantes,
a los cuales nosotros mismo elegimos.
Es necesario recobrar el verdadero significado de la política, cuyo
único ideal era el bienestar colectivo, que el ser representante de una
institución, de las comunidades campesinas del pueblo o la región sea un honor,
darle la importancia, el valor, y la responsabilidad que significa. Su
práctica, no puede ser la de un circo de mala calidad o de una mercancía, que
nos venden, donde todo cuesta, es increíble que se pague para ocupar cargos
públicos, lo dijo alguna vez el colombiano Carlos Gaviria Díaz “cuando un
candidato invierte millones y millones en su campaña, no es un candidato, es un
empresario y como empresario, cuando sea elegido, sólo pensará en sacar lucro,
provecho y en lo que menos pensará será en la gente”
La situación actual no puede seguir, tiene que abrirse un nuevo camino,
donde el debate de ideas, genere la promoción de nuevos líderes; la política no
puede seguir siendo refugio de personas de dudosa reputación; de actos de
corrupción, robos, malversación y engaños, necesitamos que más ciudadanos, en
especial los más jóvenes, se comprometan con la ética pública, que vuelva ser
un alto honor el representar como autoridad de un pueblo.
La actual pandemia causada por el covid-19 ha venido a darnos muchas
lecciones a la sociedad, pero también ha hecho temblar a nuestras autoridades,
frente a una crisis de salud. Las reacciones han sido diversas y las decisiones
que se han tomado minuto a minuto han venido a poner en tela de juicio la
estabilidad y la popularidad entre la población, pero también ha sacado a la
luz nuestra podredumbre moral, de quienes se han vuelto millonarios, a costa
del sufrimiento del pueblo, muchas veces beneficiados o favorecidos por las
autoridades de turno.
La política no puede ser el refugio de la mediocridad, tenemos que
elegir a nuestras autoridades, considerando sus valores morales, su ética
personal, para no estar en una crisis continua de representatividad como el que
estamos viviendo con nuestro gobierno regional de Ancash detenido por colusión
agravada, el alcalde provincial y distrital, afrontando procesos de vacancia.
Pero siempre habrá quienes quieran defender lo indefendible y en la
próximas elecciones votaremos por los mismos rostros que hoy criticamos; por
eso tenemos representantes que están en
el poder por más de una década, ganando sueldos que no se merecen, esto siempre
pasa porque nosotros los seres humanos somos los únicos seres torpes que se
tropiezan indefinidamente con la misma piedra o a quienes el burro le patea a
cada rato y muchas veces no es un asunto de inteligencia o que no sabemos
elegir sino que hay intereses turbios que se manejan bajo la mesa o a
escondidas.
Karl Marx decía que “la historia ocurre dos veces: la primera vez como
una gran tragedia y la segunda como una miserable farsa o comedia”.