Y quién dice yo
Rolando Húbner
Marcos Picón
Quienes hoy
ocupamos esa posición de una generación intermedia, que no estamos tan jóvenes
ni tan viejos, algunos dirán los maduritos, los “tíos”, o los adultos; pero
somos una generación que tiene muchas cosas por la cual sentirse orgullosa.
Somos la última
generación huallanquina que aprendimos a jugar fútbol en las calles, en los
recreos en la escuela, en Cañita, en el Maracaná de barrio Lima, en la plazuela
de Carmen Ato o en la Bombonera, en los corrales de Ogopampa; los que jugamos
dos, tres hasta cuatro horas continuas y nunca nos dio calambres; no tuvimos
estirones ni terminamos lesionados; los que jugamos con el trompo saca plata,
tacas, bola, mata gente, a las escondidas;
fuimos también la última generación que escuchó las noticias por radio,
o los que nos despertamos con el canto del gallo; fuimos la generación que
salimos de paseo al campo, caminando o a caballo, y que almorzamos sobre el
pasto.
Fuimos los que
escuchamos música en disco de vinilo de 45 revoluciones por minuto o los long
play de 33 revoluciones, los que usamos los cassett y grabábamos la música que
más nos gustaba, los primeros en usar los Cds, fuimos los primeros en ir a ver
películas en betamax, después el VHS pagando un sol por película.
Hoy nos están
etiquetando como los “tíos”, los viejos, tratando de hacernos sentir menos; porque,
somos sobrevivientes de una época dura, hermosa, una época de libertad y mucha
felicidad; aunque muchos no lo sabíamos.
Vivimos la época
dorada de las historietas, cómo no recordar: El Llanero Solitario, Tarzán,
Aniceto, Condorito, Archi, El Pájaro loco, Supermán, Batman, las revistas de
pistoleros como UN dólar agujereado, el malo el feo y el bueno.
Fuimos inmortales,
saltábamos las pircas, nos caímos, nos golpeábamos, llorábamos un rato y el
juego continuaba, nos caímos de las paredes, nos caímos en la ishanca, fuimos
la generación que se emborrachó con “macha macha”, los que íbamos a recoger
pasto para nuestros cuyes, los que los sábados y domingos íbamos a sacar
arcilla (raco) para mezclarlo con el shampo y hacer bola para cocinar, tomamos
agua del rio, de los riachuelos o puquiales, nos lanzamos a nadar en la
corriente de los ríos o en “León dormido” en la Toma, hasta en el pozo de agua
que había en cañaveral, y seguimos acá
parados contando nuestras anécdotas.
Vivimos la
llegada de Radio Huallanca dirigida por Héctor Marcos Laguna y de la televisión
en circuito cerrado, vimos la tv en blanco y negro y las primeras a colores que
salían; escuchamos el mundial de fútbol
España 1982 por Radio Unión o Radio Ovación, Radio El Sol, narrado por el gran
Humberto Martínez Morosini, Litman Gallo “Gallito” o Pocho Rospigliosi; con
jugadores como: Eusebio Acasuzo, Julio César Uribe, César Cueto, José Velásquez;
vimos la Copa del Mundo Rusia 2018 en Tv a colores, sentados cómodamente, con
una nueva generación de futbolistas.
Fuimos la
generación de los poemas y cartas de amor, las que salimos a caminar, a patear
piedritas, a contemplar la hermosura de nuestros campos y los que grabamos
nuestros nombres en la corteza de los árboles en el “bosque del amor”, los
últimos serenateros, los quitasueños, los que cantaron al pie de los balcones o
en la esquinita linda; fuimos los jóvenes rebeldes y de pelo largo; fuimos los
últimos en jugar el toro toro después de fiestas patrias, con nuestros caballos
de palo de escoba, chicotes y capotes de nuestra chompas. Cómo no recordar si
entre nosotros estaban: “Choni”, “Coya”, “Pishtaco” o los toros matreros como
el “Manzanillo de Shipán”, “Poncho negro de Matash” “los mochos de Chuspi”; los
últimos en bailar negritos con tocadisco; en verdad, fuimos inmortales.
Andábamos en
bicicleta sin protección, hacíamos nuestros propios columpios, que muchas veces
nos ocasionaban caídas muy dolorosas; tomamos leche cruda de vaca. No había
celulares, íbamos a clases cargado nuestras mochilas o bolsones hechizos sin
refuerzo para los hombros, sin rueditas, con nuestros libros y cuadernos, y no
se nos desvió la columna; compartimos nuestros fiambres con nuestros amigos y
nadie se contagió de nada, sólo de piojos.
Nos maravillamos
con la llegada de las calculadoras, aprendimos a usar las computadoras; vimos
con asombro la llegada de los primeros celulares que parecían ladrillos, fuimos
también los testigos de la llegada del internet de las cabinas telefónicas, y
creímos que sería el inicio de un mundo libre; que equivocados que estábamos.
No era necesario
tener watsapp, facebook, twitter, hacer tic toc, para saber que existíamos; bastaba
simplemente con un silbido y la tonada conocida por los amigos para que
salieran, fuimos los últimos en sentarnos en las veredas o en la esquina y
pasar largas horas de charla.
Nos hicimos
responsables de nuestros actos a la fuerza, no necesitamos de psicólogo; ahí
estaba mamá, con una mirada, un peñiscón o un palazo para alinearnos. Nuestras
acciones no las evadíamos tan fácilmente, no había nadie quién te sirva de abogado,
el castigo era inminente; tuvimos libertad, fracasos, éxitos y
responsabilidades, aprendimos a crecer con todo ello.
Fuimos los que
aprendimos el valor de la familia, la unión, la tolerancia el respeto, y la
gratitud, saludar a los mayores, el respeto a nuestras autoridades, aprendimos
a ser solidarios.
La verdad no sé
cómo sobrevivimos a nuestra infancia, mirando atrás, rebobinando el disco duro
de nuestra memoria me sorprendo; no necesitamos todas esas etiquetas o
superficialidades: carros de lujo, celulares de última generación, zapatos de
marca, casas de lujo frías o silenciosas. Recordemos siempre cómo ser
niños, cómo ser felices; volando tu cometa, corriendo con tu aro, saltar por
los campos, compartir en familia; volvamos a ser eso: niños inquietos,
olvidémonos del tiempo y los relojes y sobre todo seamos libres. Realmente
somos inmortales.
Cómo quisiéramos
que esos tiempos volvieran.