viernes, 6 de noviembre de 2020

Yo opino:

Y quién dice yo

Rolando Húbner Marcos Picón

Quienes hoy ocupamos esa posición de una generación intermedia, que no estamos tan jóvenes ni tan viejos, algunos dirán los maduritos, los “tíos”, o los adultos; pero somos una generación que tiene muchas cosas por la cual sentirse orgullosa.

Somos la última generación huallanquina que aprendimos a jugar fútbol en las calles, en los recreos en la escuela, en Cañita, en el Maracaná de barrio Lima, en la plazuela de Carmen Ato o en la Bombonera, en los corrales de Ogopampa; los que jugamos dos, tres hasta cuatro horas continuas y nunca nos dio calambres; no tuvimos estirones ni terminamos lesionados; los que jugamos con el trompo saca plata, tacas, bola, mata gente, a las escondidas;  fuimos también la última generación que escuchó las noticias por radio, o los que nos despertamos con el canto del gallo; fuimos la generación que salimos de paseo al campo, caminando o a caballo, y que almorzamos sobre el pasto.

Fuimos los que escuchamos música en disco de vinilo de 45 revoluciones por minuto o los long play de 33 revoluciones, los que usamos los cassett y grabábamos la música que más nos gustaba, los primeros en usar los Cds, fuimos los primeros en ir a ver películas en betamax, después el VHS pagando un sol por película.

Hoy nos están etiquetando como los “tíos”, los viejos, tratando de hacernos sentir menos; porque, somos sobrevivientes de una época dura, hermosa, una época de libertad y mucha felicidad; aunque muchos no lo sabíamos.

Vivimos la época dorada de las historietas, cómo no recordar: El Llanero Solitario, Tarzán, Aniceto, Condorito, Archi, El Pájaro loco, Supermán, Batman, las revistas de pistoleros como UN dólar agujereado, el malo el feo y el bueno.

Fuimos inmortales, saltábamos las pircas, nos caímos, nos golpeábamos, llorábamos un rato y el juego continuaba, nos caímos de las paredes, nos caímos en la ishanca, fuimos la generación que se emborrachó con “macha macha”, los que íbamos a recoger pasto para nuestros cuyes, los que los sábados y domingos íbamos a sacar arcilla (raco) para mezclarlo con el shampo y hacer bola para cocinar, tomamos agua del rio, de los riachuelos o puquiales, nos lanzamos a nadar en la corriente de los ríos o en “León dormido” en la Toma, hasta en el pozo de agua que había en cañaveral,  y seguimos acá parados contando nuestras anécdotas.

Vivimos la llegada de Radio Huallanca dirigida por Héctor Marcos Laguna y de la televisión en circuito cerrado, vimos la tv en blanco y negro y las primeras a colores que salían;  escuchamos el mundial de fútbol España 1982 por Radio Unión o Radio Ovación, Radio El Sol, narrado por el gran Humberto Martínez Morosini, Litman Gallo “Gallito” o Pocho Rospigliosi; con jugadores como: Eusebio Acasuzo, Julio César Uribe, César Cueto, José Velásquez; vimos la Copa del Mundo Rusia 2018 en Tv a colores, sentados cómodamente, con una nueva generación de futbolistas. 

Fuimos la generación de los poemas y cartas de amor, las que salimos a caminar, a patear piedritas, a contemplar la hermosura de nuestros campos y los que grabamos nuestros nombres en la corteza de los árboles en el “bosque del amor”, los últimos serenateros, los quitasueños, los que cantaron al pie de los balcones o en la esquinita linda; fuimos los jóvenes rebeldes y de pelo largo; fuimos los últimos en jugar el toro toro después de fiestas patrias, con nuestros caballos de palo de escoba, chicotes y capotes de nuestra chompas. Cómo no recordar si entre nosotros estaban: “Choni”, “Coya”, “Pishtaco” o los toros matreros como el “Manzanillo de Shipán”, “Poncho negro de Matash” “los mochos de Chuspi”; los últimos en bailar negritos con tocadisco; en verdad, fuimos inmortales.

Andábamos en bicicleta sin protección, hacíamos nuestros propios columpios, que muchas veces nos ocasionaban caídas muy dolorosas; tomamos leche cruda de vaca. No había celulares, íbamos a clases cargado nuestras mochilas o bolsones hechizos sin refuerzo para los hombros, sin rueditas, con nuestros libros y cuadernos, y no se nos desvió la columna; compartimos nuestros fiambres con nuestros amigos y nadie se contagió de nada, sólo de piojos.

Nos maravillamos con la llegada de las calculadoras, aprendimos a usar las computadoras; vimos con asombro la llegada de los primeros celulares que parecían ladrillos, fuimos también los testigos de la llegada del internet de las cabinas telefónicas, y creímos que sería el inicio de un mundo libre; que equivocados que estábamos.

No era necesario tener watsapp, facebook, twitter, hacer tic toc, para saber que existíamos; bastaba simplemente con un silbido y la tonada conocida por los amigos para que salieran, fuimos los últimos en sentarnos en las veredas o en la esquina y pasar largas horas de charla.

Nos hicimos responsables de nuestros actos a la fuerza, no necesitamos de psicólogo; ahí estaba mamá, con una mirada, un peñiscón o un palazo para alinearnos. Nuestras acciones no las evadíamos tan fácilmente, no había nadie quién te sirva de abogado, el castigo era inminente; tuvimos libertad, fracasos, éxitos y responsabilidades, aprendimos a crecer con todo ello.

Fuimos los que aprendimos el valor de la familia, la unión, la tolerancia el respeto, y la gratitud, saludar a los mayores, el respeto a nuestras autoridades, aprendimos a ser solidarios.

La verdad no sé cómo sobrevivimos a nuestra infancia, mirando atrás, rebobinando el disco duro de nuestra memoria me sorprendo; no necesitamos todas esas etiquetas o superficialidades: carros de lujo, celulares de última generación, zapatos de marca, casas de lujo  frías o  silenciosas. Recordemos siempre cómo ser niños, cómo ser felices; volando tu cometa, corriendo con tu aro, saltar por los campos, compartir en familia; volvamos a ser eso: niños inquietos, olvidémonos del tiempo y los relojes y sobre todo seamos libres. Realmente somos inmortales.

Cómo quisiéramos que esos tiempos volvieran.