jueves, 9 de noviembre de 2017

Yo opino:

EN EL DIA DE LOS DIFUNTOS
Rolando Húbner Marcos Picón


Desde las 5 de la mañana nos alistábamos, cuando los primeros rayos de luz del sol iluminaban  las tumbas silenciosas; salíamos de nuestras casas, llevábamos: dos latitas de pintura, (una de color negra y otra blanca),  una brocha grande, un pincel para poner las letras, una botellita con thiner, un balde para llevar agua, o una botella de gaseosa cortada por la mitad, un pico o cashu. Eramos los chiquillos, los chibolos, o los chiuchis que nos iniciamos en el mundo laboral, los que ofrecíamos nuestro servicio de pintada de cruces, limpieza de nichos y de llevarles el agua.

Los devotos llegaban al camposanto junto con nosotros, ellos traían flores frescas, hermosas coronas, unas velas para adornar la tumba de quiénes se fueron. Llegaban las familias y nosotros preguntábamos después del saludo ¿Dónde está su familiar?, ¿señora, se lo pinto la cruz ?, ¿se lo limpio la tumba?, ¿cultivo?, ¿le traigo agua?.

Después de limpiar, pintar la cruz, el nombre del fallecido, la fecha de su muerte, y recoger el montículo de mala hierba y hojas secas; cobrábamos, dos soles la limpiada, veinte céntimos por letra, dos soles la pintada de la cruz; era negocio, éramos adolescentes que por primera vez recibíamos un pago a cambio de nuestros servicios,   nos retirábamos alegres, gastábamos en comida y helados,  una parte guardábamos para gastarlo en el colegio.

Cada año, el uno y dos de noviembre nos reuniremos en el campo santo de Huallanca, para visitar a nuestros seres queridos que partieron a otro mundo, seres que nunca volverán pero que permanecerán en nuestro recuerdo; como todos los años les llevaremos flores, adornaremos  sus moradas con coronas, pintaremos sus cruces, limpiaremos sus epitafios, contemplaremos sus santos sueños, y con hermosos rezos, plegarias y cánticos, diremos sobre sus tumbas frías dulces palabras, versos como benditas oraciones, y tal vez el trinar de las aves bajo la sombra de los cipreses nos confirmen  que nuestros difuntos si escucharon nuestros rezos.

Hay tumbas olvidadas, abandonadas, rotas, arrancadas destruidas por el paso de los años;  como también hay tumbas visitadas y muy queridas con las señales del dolor, la nostalgia, y el cariño. Como siempre, habrá quiénes deciden pintar las tumbas de sus seres queridos, otros cambian las cruces, retocan los epitafios, y hay quiénes simplemente llevan flores, hay otros que hasta van a comer con ellos les llevan incluso serenatas. 

Y como si nuestro oficio hubiera muerto también, detrás de estos rituales y sentimientos, seguro muchos en el cementerio recuerdan con nostalgia a  los chibolos pintores, los que limpiaban las tumbas, a  los que traían el agua, los que vendían los envases de gaseosa cortadas por la mitad para que pongan las flores, los que nos quedábamos en silencio escuchando las oraciones como “padre nuestro que estás en los cielos…”, “y brille para él la luz eterna….” “yo tengo un bello hogar más allá del sol en el cielo junto al padre eterno”  a los que escuchaban entre murmullos.