EN EL DIA DE LOS
DIFUNTOS
Rolando Húbner
Marcos Picón
Desde las 5 de la mañana nos
alistábamos, cuando los primeros rayos de luz del sol iluminaban las tumbas silenciosas; salíamos de nuestras
casas, llevábamos: dos latitas de pintura, (una de color negra y otra
blanca), una brocha grande, un pincel
para poner las letras, una botellita con thiner, un balde para llevar agua, o
una botella de gaseosa cortada por la mitad, un pico o cashu. Eramos los
chiquillos, los chibolos, o los chiuchis que nos iniciamos en el mundo laboral,
los que ofrecíamos nuestro servicio de pintada de cruces, limpieza de nichos y
de llevarles el agua.
Los devotos llegaban al
camposanto junto con nosotros, ellos traían flores frescas, hermosas coronas,
unas velas para adornar la tumba de quiénes se fueron. Llegaban las familias y
nosotros preguntábamos después del saludo ¿Dónde está su familiar?, ¿señora, se
lo pinto la cruz ?, ¿se lo limpio la tumba?, ¿cultivo?, ¿le traigo agua?.
Después de limpiar, pintar la
cruz, el nombre del fallecido, la fecha de su muerte, y recoger el montículo de
mala hierba y hojas secas; cobrábamos, dos soles la limpiada, veinte céntimos
por letra, dos soles la pintada de la cruz; era negocio, éramos adolescentes
que por primera vez recibíamos un pago a cambio de nuestros servicios, nos retirábamos alegres, gastábamos en
comida y helados, una parte guardábamos
para gastarlo en el colegio.
Cada año, el uno y dos de
noviembre nos reuniremos en el campo santo de Huallanca, para visitar a
nuestros seres queridos que partieron a otro mundo, seres que nunca volverán
pero que permanecerán en nuestro recuerdo; como todos los años les llevaremos
flores, adornaremos sus moradas con
coronas, pintaremos sus cruces, limpiaremos sus epitafios, contemplaremos sus
santos sueños, y con hermosos rezos, plegarias y cánticos, diremos sobre sus
tumbas frías dulces palabras, versos como benditas oraciones, y tal vez el
trinar de las aves bajo la sombra de los cipreses nos confirmen que nuestros difuntos si escucharon nuestros
rezos.
Hay tumbas olvidadas,
abandonadas, rotas, arrancadas destruidas por el paso de los años; como también hay tumbas visitadas y muy
queridas con las señales del dolor, la nostalgia, y el cariño. Como siempre,
habrá quiénes deciden pintar las tumbas de sus seres queridos, otros cambian
las cruces, retocan los epitafios, y hay quiénes simplemente llevan flores, hay
otros que hasta van a comer con ellos les llevan incluso serenatas.
Y como si
nuestro oficio hubiera muerto también, detrás de estos rituales y sentimientos,
seguro muchos en el cementerio recuerdan con nostalgia a los chibolos pintores, los que limpiaban las
tumbas, a los que traían el agua, los
que vendían los envases de gaseosa cortadas por la mitad para que pongan las
flores, los que nos quedábamos en silencio escuchando las oraciones como “padre
nuestro que estás en los cielos…”, “y brille para él la luz eterna….” “yo tengo
un bello hogar más allá del sol en el cielo junto al padre eterno” a los que escuchaban entre murmullos.