lunes, 14 de noviembre de 2016

Yo opino:

RECUERDOS DE HUANZALÁ
Rolando Húbner Marcos Picón
Hace muchos años allá por los años 67 y 68 en las alturas frígidas del distrito de Huallanca, una empresa minera formó un campamento minero; al inicio con casas de material prefabricado, donde la mina ofrecía a sus trabajadores: viviendas familiares, hospital, agua, luz, escuela para la educación de sus hijos, un mercado, panadería y mercantil; donde se podía adquirir todos los víveres de primera necesidad, muchos de ellos subsidiados.

Era la época de los inicios de la mina, seguro a los trabajadores alguien les dijo “ustedes van a tener casa gratis, no van a pagar agua, luz, ni kerosene, tendrán atención médica, educación para sus hijos, van a trabajar cobrar un sueldo y van a vivir gratis”.
En principio fueron sólo un puñado de mineros y sus familias, pero el campamento creció y empezaron a llegar comerciantes, formaron La Parada, donde se abrieron mucho quioscos, tiendas de ropa artefactos electrodomésticos, estaba casa blanca donde vivían los trabajadores eventuales; lejos de todo cerca del sol, la luna y el cariño de todos como una misma familia.

En  Huanzalá no sólo se vive y se trabaja; sino que muchos se casaron, formaron familia, acá nacieron sus hijos, aunque nada les pertenecía, lo sentían como propio y cuando le dijeron que tenían que irse era como decirles que tendrían que meter sus vidas en una caja de cartón y marcharse… ¿se podría hacer esto?

Pero un campamento por definición es algo pasajero, efímero, temporal ,y parece que Huanzalá no iba a ser la excepción; pese a haber, ya en muchos casos, casas, chalet construidos de material noble; muchos pensaron en quedarse  por siempre en los campamento, y no fue así, porque la empresa comenzó, después de dos décadas, el cese colectivo de muchos de sus trabajadores, y así como se construyeron los campamentos, fueron desapareciendo, o fueron destruidos por quienes no entendía lo que guardaba cada una de estas casas, y fueron demolidos, campamento este, parte abajo, barrio azul, la mercantil, la panadería, la carnicería, las duchas para dejar solo parte de Chuspi .

Llegó para muchos el día más doloroso de sus vidas, llegó el día en que abrieron sus puertas por última vez, llegó el día de retirarse, los últimos dos o tres días la pasaron empacando cada una de sus cosas, armando la mudanza, guardando fotografías familiares, muebles, sacando las cortinas; pero se dieron cuenta que algo falta guardar: el cielo serrano, el clima frígido, las noches estrelladas, el trinar de las aves, ni el sonido de las sirena a las siete de la mañana, a las doce del medio día, anunciando la hora del almuerzo, o a las cuatro de la tarde la salida; no podían llevarse el parque, los columpios, los amigos se quedaban.

Muchos cuando duermen todavía sueñan con Huanzalá, sueñan comprando el pan de Vitosho, de Illito, se ven comprando víveres de la  mercantil, haciendo cola para la carne, o corriendo con las latas para recibir kerosene, o tal vez llevando el almuerzo en portaviandas para papá, el esposo o el hermano; muchas veces el sueño es tan cruel que, los recuerdos aparecen uno y otra vez.
Muchos pensaron en perennizar las fachadas de sus campamentos con frases, como: “tú y yo”, “aquí fuimos felices”, “gracias Huanzalá por los momentos felices”, “se queda aquí mis mejores años”, o de los hijos que desde lejos derramaron lágrimas de impotencia porque no comprendían por qué los sacaban, de algo que ellos creían propio, y las preguntas llegaron, ¿A dónde iremos ahora?, ¿A dónde volveré?, ¿Por qué?, ¿y mis amigos a dónde van?, ¿nos volveremos a encontrar?, o tal vez un simplemente duele porque no hubo despedidas simbólicas,  sino despedidas dolorosas, reales.

Este exilio dejó a muchos sin historia, sin lugar de nacimiento, sin lugares que conservar como recuerdos, y seguro muchos dirán:  yo nací en La Parada, en campamento este, en barrio azul, o en parte abajo, o en Chuspi; por eso muchos intentaron reconstruir estos lugares a partir de recuerdos, con fotografías, creando instituciones donde pudieran reunirse, conversar recordar entre ellos  lo que fueron, y lo que dejaron o los obligaron a dejar con la partida, otros seguro decoraron sus paredes con fotos de amigos de trabajo o del paisaje del campamento de Huanzalá donde fueron familia muchos años.