RECUERDOS DE HUANZALÁ
Rolando Húbner Marcos Picón
Hace muchos años allá por los
años 67 y 68 en las alturas frígidas del distrito de Huallanca, una empresa
minera formó un campamento minero; al inicio con casas de material
prefabricado, donde la mina ofrecía a sus trabajadores: viviendas familiares,
hospital, agua, luz, escuela para la educación de sus hijos, un mercado,
panadería y mercantil; donde se podía adquirir todos los víveres de primera
necesidad, muchos de ellos subsidiados.
Era la época de los inicios de la
mina, seguro a los trabajadores alguien les dijo “ustedes van a tener casa
gratis, no van a pagar agua, luz, ni kerosene, tendrán atención médica,
educación para sus hijos, van a trabajar cobrar un sueldo y van a vivir
gratis”.
En principio fueron sólo un
puñado de mineros y sus familias, pero el campamento creció y empezaron a
llegar comerciantes, formaron La Parada, donde se abrieron mucho quioscos,
tiendas de ropa artefactos electrodomésticos, estaba casa blanca donde vivían
los trabajadores eventuales; lejos de todo cerca del sol, la luna y el cariño de
todos como una misma familia.
En principio fueron sólo un
puñado de mineros y sus familias, pero el campamento creció y empezaron a
llegar comerciantes, formaron La Parada, donde se abrieron mucho quioscos,
tiendas de ropa artefactos electrodomésticos, estaba casa blanca donde vivían
los trabajadores eventuales; lejos de todo cerca del sol, la luna y el cariño de
todos como una misma familia.
En Huanzalá no sólo se vive y se trabaja; sino
que muchos se casaron, formaron familia, acá nacieron sus hijos, aunque nada
les pertenecía, lo sentían como propio y cuando le dijeron que tenían que irse
era como decirles que tendrían que meter sus vidas en una caja de cartón y
marcharse… ¿se podría hacer esto?
Pero un campamento por definición
es algo pasajero, efímero, temporal ,y parece que Huanzalá no iba a ser la
excepción; pese a haber, ya en muchos casos, casas, chalet construidos de
material noble; muchos pensaron en quedarse
por siempre en los campamento, y no fue así, porque la empresa comenzó,
después de dos décadas, el cese colectivo de muchos de sus trabajadores, y así
como se construyeron los campamentos, fueron desapareciendo, o fueron
destruidos por quienes no entendía lo que guardaba cada una de estas casas, y
fueron demolidos, campamento este, parte abajo, barrio azul, la mercantil, la
panadería, la carnicería, las duchas para dejar solo parte de Chuspi .
Llegó para muchos el día más
doloroso de sus vidas, llegó el día en que abrieron sus puertas por última vez,
llegó el día de retirarse, los últimos dos o tres días la pasaron empacando
cada una de sus cosas, armando la mudanza, guardando fotografías familiares,
muebles, sacando las cortinas; pero se dieron cuenta que algo falta guardar: el
cielo serrano, el clima frígido, las noches estrelladas, el trinar de las aves,
ni el sonido de las sirena a las siete de la mañana, a las doce del medio día,
anunciando la hora del almuerzo, o a las cuatro de la tarde la salida; no
podían llevarse el parque, los columpios, los amigos se quedaban.
Muchos pensaron en perennizar las
fachadas de sus campamentos con frases, como: “tú y yo”, “aquí fuimos felices”,
“gracias Huanzalá por los momentos felices”, “se queda aquí mis mejores años”,
o de los hijos que desde lejos derramaron lágrimas de impotencia porque no
comprendían por qué los sacaban, de algo que ellos creían propio, y las
preguntas llegaron, ¿A dónde iremos ahora?, ¿A dónde volveré?, ¿Por qué?, ¿y
mis amigos a dónde van?, ¿nos volveremos a encontrar?, o tal vez un simplemente
duele porque no hubo despedidas simbólicas,
sino despedidas dolorosas, reales.
