Corrían los últimos años de la década de los sesenta, la navidad ya estaba cerca, y cerca estaba también mi mayor alegría, que era: la ropa nueva que casi seguro me regalaría mi viejo, ya que solo en esta oportunidad y en las fiestas patrias y con mucha suerte en mi cumpleaños recibía la alegría de la ropa nueva, el otro motivo para estar alegre en este tiempo era la del Baile de los Negritos, que ya esperaba con ansias, y muchas veces esta espera no me dejaba concentrar en los exámenes finales que tenía que dar como alumno del segundo año de primaria en la Escuela Pre-Vocacional 393, en las que enseñaban con mucho esmero y dedicación los profesores Didicaciòn Miranda , Glisbardo Falcón, Raúl Llanos, César Cárdich, Elías Villanueva , Javier Lozano, Edwin Huerta, entre otros y acertadamente dirigida por el profesor Aurelio Matos, de quienes guardo hasta ahora un hermoso recuerdo y eterno agradecimiento; pese a algunos jalones de patilla o uno que otro “castigo” que era refrendado por nuestros rigurosos padres.
Regresando a “Los Negritos”, estos ya pronto iban a ensayar en la casa del Caporal, mientras tanto yo, ya me alistaba para armar mi nacimiento, porque eso de verdad me entusiasmaba y era yo quién le ponía más “punche” a esto; y para eso me dirigía muy temprano a Sheglla con el fin de recoger la “Weglla” planta muy parecida a las hojas de la piña, y que no debía faltar en ningún nacimiento huallanquino, luego de regresar con tan pesada pero preciada carga, reanudaba mi excursión, esta vez a los oconales de Chinllillín para recoger la “Shatara” especie de hierba musgosa, que en este lugar se encontraba por doquier, asimismo, yendo a Ogopampa y a Gaganani recolectaba las hermosas “Tamya-Gayaj” una orquídea andina de color rojo, que le ponía el toque de color y alegría, completando la flora del nacimiento con helechos , enredaderas de “Porocsa” y algunos brotes de cebada y maíz que previamente había depositado en unas latitas con agua.
Ya con todo ese material, daba rienda suelta a mi imaginación para armar un nacimiento andino, más bien huallanquino, que al terminar me sentía orgulloso, por los halagos que recibía de mi abuelita, y mis viejos, siendo la primera quién más colaboraba conmigo para tal fin.
Llegado la hora y el díá tan esperado, o sea las cuatro de la tarde de un 24 de diciembre, ya se escuchaba las primeras tonadas de la banda de músicos que procedían de Huancashpampa y huarupampa esta, ya acompañaba a la cuadrilla de negritos que sabíamos lo conformaban entre otros don Illipo Márquez y Esteban Huaytàn (Q.E.P.D.), ellos con su contagioso baile ya se desplazaban por las empedradas calles de aquella Huallanca que era flanqueada por sus casitas de paredes blanqueadas con cal y con zócalos de ocre o shampo, y con techo mayormente de paja y unas que otras de calamina. Todo este ambiente festivo lo vivíamos hasta el día 26, para volverlos a ver nuevamente el día 31, y asì recibir el año nuevo.
Una de las actividades que cumplía la cuadrilla de negritos, aparte de alegrar esta fecha, era la de adorar al “Niño” en los distintos nacimientos que se armaban en el pueblo, y naturalmente los principales eran de la de la iglesia Matriz y el de la Iglesia Carmen Alto. No me olvido también del más grande nacimiento de Huallanca en ese entonces que solía armar la Tía Callucha que era motivo de curiosidad de grandes y chicos, ya que cada año lo hacía mejor que el anterior. Para este ritual, me refiero al de la adoración, siempre me quedaba con las ganas de tener a mi “Niño” o nacimiento adorado por esta cuadrilla, ya que antes aunque menos que ahora, se requería tener un dinerito aparte para agasajar a los miembros de la cuadrilla y a la banda, con algún tipo de licor, cosa que a nosotros nos faltaba, detalle que debería ser corregido en la actualidad por los integrantes de las cuadrillas de negritos.
El último día de los negritos es decir el “ayguallache” o despedida era para mi el momento más triste de mi inocente niñez, ya que los tan esperados negritos no regresarían luego de un largo año, detalle que ahora no importa, por que en el transcurso del año salen muchas veces a las calles para celebrar cualquier acontecimiento.
La verdad, debo decir : “como extraño esos tiempos”. Tiempos en que a los integrantes de la cuadrilla le era prohibido sacarse la máscara a fin de mantener el misterio de quién era tal o cual danzante, y recién lo hacían en el momento en que la banda de músicos entonaba las notas tristes del “ayguallache”. Oh tiempos en que año tras año el vestuario o disfraz de los “negros” no era alterado para nada. Oh tiempos en que la “malliquita” era representada por un varón, haciendo más jocosa su presentación. Oh tiempos en que en una de aquellas tardes de fiesta huallanquina fui levantado en vilo y paseado como un trofeo por toda la plazuela de Carmen alto por un enorme “oso” con aliento a licor y forrado con piel de carnero; quedando por años “traumado “por tan terrible momento. Oh tiempos en que retando al frio y al sueño no dejaba de acompañar a los negritos hasta el momento de la adoración que hacían en el enorme (así me parecía aquella época) nacimiento del “Puquio”.