Imaginando el Huallanca de los años 1900
Rolando Húbner Marcos
Picón
Regresando a casa, una
noche de luna, de cielo azul y un firmamento lleno de estrellas luminosas,
caminando por las calles solitarias, del barrio Lima, me imaginé el Huallanca
de los años 1900, y entonces desde lejos llego a mi mente, figuras e imágenes
que empezaron a atraparme. Paré; hice una pausa y el sonido del rio Ishpag
rompió el silencio, seguí ahí intentando acaparar todas las imágenes que fueran
posibles y podía caber en la memoria de mi cabeza que ya va fallando, después
de un rato parado noté que dos pequeñas lágrimas recorrieron mis mejillas y el
silencio volvió, estaba frente a la entrada de lo que años atrás fue la
Hacienda Minera Carmen de Buena Vista.
Las imágenes en blanco
y negro, relataban no solo el duro trabajo de los mineros, sino también su
carácter, sus olores, sus dolores y pesares, Huallanca está rodeado por
majestuosos cerros, que en sus entrañas esconde riquezas que los empresarios
extranjeros buscan, y son arrebatados a fuerza de barrenos, combas y palas,
tiene tres haciendas: la Florida, Manuelita, y Carmen de Buena Vista, hay
muchas máquinas, es un pueblo industrializado.
El humo de las
chimeneas tiñe de negro el cielo azul, está amaneciendo hay mucha gente que se
mueve, Llegan las primeras recuas, un arriero huallanquino, montado un brioso
caballo, que al trotar saca chispas de fugo del empedrado, con botas de cuero,
pantalón de montar, poncho de lana, sombrero y una chalina que cubre su cuello
para mitigar el frio de la helada hace su ingreso con una recua de cuatro mulas
cargadas del rico mineral de plata, viene de la mina “Pozo Rico”
Las haciendas mineras
desaguan sus aguas de lavado al río Ishpag y Torres que además contaminan el
rio Vizcarra; aguas que tienen cobre, fierro y arsénico, estas mismas aguas que
usa el pueblo, pese a que puede ser nocivo para la salud, en las haciendas
trabajan muchos huallanquinos como operarios, también hay extranjeros, que son
los dueños o administradores de la empresa.
Los hornos al aire
libre emanan un humo negro, los gases de metal son nocivos para la salud de los
operarios y pobladores de Huallanca, es necesario una chimenea, estos hornos
funcionan con carbón que son traídos de las minas de la zona.
Es domingo y de las
minas; la gente ha bajado al pueblo a hacer sus compras, los vecinos han
madrugado para limpiar sus calles, se siente el olor a pan recién sacado del
horno, en las bodegas se exhiben, botellas de chicha de jora, coñac, anisado,
la coca fresca recién llegado desde Monzón, los quesos frescos, hay bizcochos y
otros víveres.
El forastero minero
llegado de los pueblos vecinos, también ha bajado de la mina, tiende en el piso
una manta, saca un puñado de hojas de coca y los empieza a masticar para paliar
el hambre, la fatiga, acaso para consultar su suerte a la hojita verde, o
mitigar las penas que lleva en el alma, de rato en rato toma un sorbo de
aguardiente, después de muchos días de permanecer en las alturas soportando el
frio, el hambre y la soledad, son hombres de piel curtida, con las manos
callosas, los que están encargados de arrebatarle a los cerros la riqueza que
codician los empresarios extranjeros, a base de combo y barreno.
Un saco de piedras,
gotas de sangre y seguro minutos de vida que se va chupando el cerro gota a
gota, sudor que muchas veces se confunde con lágrimas de dolor que caen de los
ojos.
Todos trabajan: unos
son arrieros, otros trabajan en las minas, en las plantas de fundición de las
tres Haciendas Mineras, muchos se dedican a la ganadería pujante de sus
estancias. Las casas tienen techo de paja hay algunas con techo de calamina,
las paredes blancas, los zócalos teñidos de negro, todas ellas bien construidas
y muy elegantes, con zaguanes grandes, y patios amplios, donde ingresan muchos
equinos, cargados de carbón, carne, papas, quesos, etc. Las calles están bien
niveladas y empedradas, tienen dos plazas, la plaza mayor (plaza de armas), y
la de Carmen Alto donde está el campamento minero.
Me imaginé el Huallanca en su época de bonanza minera, pero el tiempo cruel como siempre cobra sus tributos y del pueblo de antaño queda ya muy poco, la hacienda Manuelita no existe, Carmen de la Buena Vista, ni la Florida, unas cuantas estructuras de ladrillo y piedra nos confirman que alguna vez en esas instalaciones trabajaron muchos huallanquinos y foráneos que llegaron buscando el preciado mineral que se escondían en los cerros, custodiados por los jircas, muquis, dioses del ayer, casi todo ha sido borrado; pero debe haber sido hermoso ese pueblo.