domingo, 4 de mayo de 2014

Opinión:

¿Dónde está nuestra fe?
Rolando Húbner Marcos Picón

Desde muy niños se nos inculcó tener fe, creer en Dios que estaba en los cielos, que todo lo ve y siempre rezábamos antes de dormir, íbamos a misa cada vez que llegaba un párroco a Huallanca, y crecimos como un pueblo muy creyente; pero realmente ¿Huallanca es un pueblo con mucha fe?. Cuando el desánimo campea, cuando nadie confía ni en sus vecinos, cuando la palabra corrupción es la que más escuchamos en nuestras calles o en los noticieros, cuando el fraude y la estafa es el deporte más popular, cuando el que no se embriaga es saco largo, y el que no es infiel a su esposa es un pisado, cuando lo bueno y lo malo es relativo, cuando la violencia es interminable ¿podremos decir que somos un pueblo creyente o con fe?

El huallanquino de antaño, y ojo que soy un hombre de base cuatro, tenía la certeza de que era capaz de labrar su futuro, tenía la certeza de que el futuro tenía para él un espacio reservado y que la disciplina en el cumplimiento del deber y el desvelo en el cumplimiento del mismo, hacía viable la conquista de ese futuro ansiado. La receta se fundamentaba en valores que hoy, con tristeza y lamento, vemos que son piezas de museo. Tus padres hasta la saciedad te repetían el respeto que debería tenerse por las personas mayores; a la mujer se la debería tratar con pétalos de rosas, y nuestras madres y hermanas constituían las joyas de la familia; el respeto por lo ajeno, por no tocar aquello que no era de uno, se tenía en alta estima a menos que quisieras conocer en detalle la oratoria de la zapatilla de mamá, nuevamente en el mejor de los casos, porque en caso de reincidencia uno podía verse sujeto a descubrir. Los latigazos son la correa de papá; Dios era un amigo, el más entrañable amigo de casa y hogares piadosos usaban este galardón como el más destacable que hacía que la sociedad identificara a los componentes de esa casa como miembro de buena familia.

Pero Dios que era nuestra primera prioridad, dejó de serlo; empezó a ser cosa de varones amanerados o de viejas cucufatas; se volvió religión; perdimos la convicción de que es un Dios vivo y pasamos de lo absoluto a vivir la cultura de lo relativo. Estudiar es cosa de nerds o cosa de locos; la palabra papá cedió espacio a viejo y la palabra mamá a vieja; avispado y despierto, el achorado del barrio es decir, a deshonesto y ventajista; el éxito sólo se mide en cuánto dinero tienes e importa muy poco cómo se obtuvo, nos cambiaron la plaza de armas de mucha historia desaparecieron nuestra identidad, al cóndor el amo de las cumbres, a Aparicio Pomares el héroe de la bandera, la placa recordatorio de quienes hicieron y con cuanto sacrificio esta plaza, para cambiarnos por un toro y torero español, las calles que fueron mudos testigos de los paseos dominicales de familias completas, hoy lucen silenciosas.

Qué paso, el mundo está al revés, se rinde culto a lo creado y se desconoce la obra del Creador, se perdieron las certezas y; ya no hay más verdad o mentira, todo depende del Respeto, es una palabra y un concepto en desuso,  y lo ajeno será ajeno hasta que no pueda ser arrebatado En un mundo donde todo se trastocó, donde Dios, Patria y Familia cedió espacio al yo; a lo individual, a la viveza, Perdimos identidad, certeza y convicción, dejando a Dios fuera del corazón de nuestros hijos: El Huallanca que tanto amamos o nos enseñaron a amar seguirán perdiéndose, generaciones completas y seguiremos sumando décadas perdidas.  La esquina del barrio donde tantos jóvenes soñamos con que algún día seríamos gente de bien poniendo como testigo a la luna, las noches oscuras de serenata, de canciones de amor y desamor, de la esquinita linda, recuerdo de amor quedó en el recuerdo y tal vez alguien se le ocurra decir que fuimos los últimos serenateros, porque creímos, porque tuvimos fe.

Si no tenemos claro el orden de prioridad antes de empezar a tomar medidas, seguiremos perdidos, dando bastonazos de ciego y paliativos a males que se convierten en endémicos, seguirán desfilando políticos cargados de falsas promesas imposibles de cumplir, puestas bajo la lupa del análisis más simple, estará perdida nuestra identidad y sin posibilidad de retorno y el pueblo nos seguirá reclamando el sueño de un Huallanca mejor, pese a todo, ¡En Dios confío!, por encima de las circunstancias y a Él le pido que ojalá en algún momento mis hijos, puedan decir, somos un pueblo que recuperó la fe, por eso ahora tenemos la certeza y la convicción de que el futuro existe.