¿Dónde está
nuestra fe?
Rolando Húbner Marcos
Picón
Desde muy niños se nos inculcó tener fe, creer en Dios que estaba en los
cielos, que todo lo ve y siempre rezábamos antes de dormir, íbamos a misa cada
vez que llegaba un párroco a Huallanca, y crecimos como un pueblo muy creyente;
pero realmente ¿Huallanca es un pueblo con mucha fe?. Cuando el desánimo
campea, cuando nadie confía ni en sus vecinos, cuando la palabra corrupción es
la que más escuchamos en nuestras calles o en los noticieros, cuando el fraude
y la estafa es el deporte más popular, cuando el que no se embriaga es saco
largo, y el que no es infiel a su esposa es un pisado, cuando lo bueno y lo
malo es relativo, cuando la violencia es interminable ¿podremos decir que somos
un pueblo creyente o con fe?
El huallanquino de antaño, y ojo que soy un hombre de base cuatro, tenía la certeza de que era capaz de labrar su futuro, tenía la certeza de que el futuro tenía para él un espacio reservado y que la disciplina en el cumplimiento del deber y el desvelo en el cumplimiento del mismo, hacía viable la conquista de ese futuro ansiado. La receta se fundamentaba en valores que hoy, con tristeza y lamento, vemos que son piezas de museo. Tus padres hasta la saciedad te repetían el respeto que debería tenerse por las personas mayores; a la mujer se la debería tratar con pétalos de rosas, y nuestras madres y hermanas constituían las joyas de la familia; el respeto por lo ajeno, por no tocar aquello que no era de uno, se tenía en alta estima a menos que quisieras conocer en detalle la oratoria de la zapatilla de mamá, nuevamente en el mejor de los casos, porque en caso de reincidencia uno podía verse sujeto a descubrir. Los latigazos son la correa de papá; Dios era un amigo, el más entrañable amigo de casa y hogares piadosos usaban este galardón como el más destacable que hacía que la sociedad identificara a los componentes de esa casa como miembro de buena familia.
Pero Dios que era nuestra primera prioridad, dejó de serlo; empezó a ser
cosa de varones amanerados o de viejas cucufatas; se volvió religión; perdimos
la convicción de que es un Dios vivo y pasamos de lo absoluto a vivir la
cultura de lo relativo. Estudiar es cosa de nerds o cosa de locos; la palabra
papá cedió espacio a viejo y la palabra mamá a vieja; avispado y despierto, el
achorado del barrio es decir, a deshonesto y ventajista; el éxito sólo se mide
en cuánto dinero tienes e importa muy poco cómo se obtuvo, nos cambiaron la
plaza de armas de mucha historia desaparecieron nuestra identidad, al cóndor el
amo de las cumbres, a Aparicio Pomares el héroe de la bandera, la placa
recordatorio de quienes hicieron y con cuanto sacrificio esta plaza, para
cambiarnos por un toro y torero español, las calles que fueron mudos testigos
de los paseos dominicales de familias completas, hoy lucen silenciosas.
Qué paso, el mundo está al revés, se rinde culto a lo creado y se desconoce
la obra del Creador, se perdieron las certezas y; ya no hay más verdad o
mentira, todo depende del Respeto, es una palabra y un concepto en desuso, y lo ajeno será ajeno hasta que no pueda ser
arrebatado En un mundo donde todo se trastocó, donde Dios, Patria y Familia
cedió espacio al yo; a lo individual, a la viveza, Perdimos identidad, certeza
y convicción, dejando a Dios fuera del corazón de nuestros hijos: El Huallanca
que tanto amamos o nos enseñaron a amar seguirán perdiéndose, generaciones
completas y seguiremos sumando décadas perdidas. La esquina del
barrio donde tantos jóvenes soñamos con que algún día seríamos gente de bien
poniendo como testigo a la luna, las noches oscuras de serenata, de canciones
de amor y desamor, de la esquinita linda, recuerdo de amor quedó en el recuerdo
y tal vez alguien se le ocurra decir que fuimos los últimos serenateros, porque
creímos, porque tuvimos fe.
Si no tenemos claro el orden de prioridad antes de empezar a tomar medidas,
seguiremos perdidos, dando bastonazos de ciego y paliativos a males que se convierten
en endémicos, seguirán desfilando políticos cargados de falsas promesas
imposibles de cumplir, puestas bajo la lupa del análisis más simple, estará
perdida nuestra identidad y sin posibilidad de retorno y el pueblo nos seguirá
reclamando el sueño de un Huallanca mejor, pese a todo, ¡En Dios confío!, por
encima de las circunstancias y a Él le pido que ojalá en algún momento mis
hijos, puedan decir, somos un pueblo que recuperó la fe, por eso ahora tenemos
la certeza y la convicción de que el futuro existe.