El Valor de la Palabra
Rolando Húbner Marcos Picón
En algún tiempo no muy lejano, el
respeto a la palabra empeñada era el valor básico de la sociedad huallanquina
de antaño. Hoy, mantener las promesas y los compromisos libremente asumidos,
parece que no tienen ningún valor.
Quién no recuerda frases como : “yo
he dado mi palabra”, “ya me he ofrecido” “yo le he ofrecido”; las promesas eran deudas, por eso antes de
ofrecerte o comprometerte con algo, tenías que pensarlo, y había un dicho muy
popular que decía “el hombre por su palabra, la mujer por su falda”.
Hemos olvidado que, el valor que
le damos a nuestra palabra, es una manera de ser justos, correctos, amigos
sinceros, vecinos, compañeros de trabajo leal y veraz; cuando cumplimos nuestra
palabra nos ganamos buena reputación, somos hombres y mujeres de palabra. Los
incumplidos, los que traicionan la buena fe, cargaban la reputación de
hipócritas, cínicos o ser hombres sin palabra.
Nuestros padres y abuelos
llegaban a un acuerdo en base a la “palabra empeñada”. Se daban la mano y este
gesto valía más que cualquier documento; cuantos negocios, compromisos, y
ofrecimientos se celebraron sólo dándose la palabra y un apretón de manos; sin
firmar papeles ni documentos. Hoy con documento firmado y sellado, muchas veces,
los compromisos son desconocidos o negados de acuerdo a las circunstancias.
Llegar temprano a la cita,
responde a la palabra empeñada, se convierte en una marca de calidad; pues
enseña respeto por aquellos con quienes nos hemos comprometido; y asegura a
otros el valor el tiempo, el esfuerzo y el trabajo.
Procurar respeto por lo que uno
dice, y honrar los compromisos adquiridos por la palabra empeñada; era
considerado como una de las grandes virtudes que poseía una persona, era
sagrado, era promesa, era deuda; tal vez alguien diga esos son virtudes del
siglo pasado, y creo que es así, aunque pareciera que fue ayer cuando presencie
dichos compromisos.
Hoy todo ha cambiado: campea el
fraude, la corrupción, la estafa, la mentira, el engaño, el negocio, con el
dinero compro algo que en épocas de nuestros padres no era negociable, ni por todo el oro del
mundo; lo peor es que; esta costumbres
las toleramos, las aceptamos como parte de la modernidad y en muchos casos
hasta la aplaudimos.
Hoy los políticos nos dicen “te
doy mi palabra” sólo como una expresión, como una costumbre; ignorando el valor de la palabra empeñada. Después
de todo, estamos en un país donde los políticos hacen promesas como chorros de
agua, algunos tan descarados que ofrecen hasta lo imposible por ganar unos
cuantos votos.