Creamos esta sección con el afán de darle a nuestros miles de seguidores un momento ameno , con una variedad de artículos exclusivamente huallanquinos.
Igualmente, estamos a la espera de su gentil colaboración con notas y datos que no necesariamente formen parte de las noticias.
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Los huallanquinos que se encuentran en algún punto del Perù y el mundo se lo agradecerán!!!!
REMEMBRANZAS INFANTILES
MI CASA, AQUELLA CASA…
Una parte de mi niñèz lo pasé en el barrio de Santa Rosa, aquel que colinda con el otrora ”temible” barrio de Huarupampa . Vivía en una casa –a mi parecer en aquella época-inmensa , que contaba con un patio en el que tranquilamente podíamos jugar con los chicos del barrio una pichanguita de fulbito, pero lo impedía los dos arboles de manzanos que estaban en medio de el, además tenía dos corralones, en uno de ellos se erguía como un gigante un grueso árbol de Rayàn o Sauco, colgando de este, se encontraban casi todo el tiempo racimos de verdes y maduros frutos, que solamente podíamos mirarlos , ya que nos estaba prohibido tajantemente coger aquellos frutos , que a decir de mi abuelo estos provocaban el coto o bocio, leyenda urbana que con el correr de los años se desmitificó, por que ahora incluso de estos frutos se puede degustar deliciosos postres y conservas de nuestra repostería Novo-andina.
En el mismo patio se encontraba también un añoso árbol de capulí. En el que temporada tras temporada compartíamos y competíamos con los “yuquish” o zorzales la tarea de recolectar y degustar sus riquísimas frutillas, una de esas jornadas nos acompañaba –incluyo a mi hermano y hermana- nuestro amigo Marino nosotros lo llamábamos “marciano”, claro, que no tenia ese aspecto, él haciendo gala de su habilidad y valentía se trepó al árbol y montándose sobre una rama en la que habían numerosos racimos de capulí se dispuso a disfrutar de esa natural delicia que ese añoso árbol nos regalaba, pero fatal decisión fue aquella, que mientras recogía esos frutos, oímos un “crack” posiblemente él nunca lo escuchó, por que ni siquiera se inmutó, fue el segundo y definitivo “crack” cuando se dio cuenta, pero ya era demasiado tarde. Por que ya caía velozmente y sin paracaídas al suelo, claro él no pertenecía a la aviación, por su nombre era marino, nosotros en ese instante solo atinamos a lanzar unos alaridos de sorpresa y estupor al mirar horrorizados esa dantesca escena; luego del suelo se elevó una nube de polvo y hojas, y en medio de ella se levantó milagrosamente sano y salvo nuestro héroe: Marino, nuestro marciano favorito.
Ese mismo patio, que, repito me parecía enorme, tenia también un inmenso charco que siempre se mantenía con agua, alimentada por las constantes lluvias, esta “laguna” la compartíamos con los patos y puercos, claro que nosotros no la utilizábamos para bañarnos, pero si para poner en práctica toda nuestra habilidad confeccionando todo tipo de barcos, ya sea de papel, o de madera que lo construíamos ayudados incluso por el carpintero vecino. Para enfrascarnos los fines de semana en terribles y casi interminables competencias, en el que salíamos mojados y enlodados, y muchas veces resfriados, para el afán y preocupación natural de nuestros padres.
En el mismo patio se encontraba también un añoso árbol de capulí. En el que temporada tras temporada compartíamos y competíamos con los “yuquish” o zorzales la tarea de recolectar y degustar sus riquísimas frutillas, una de esas jornadas nos acompañaba –incluyo a mi hermano y hermana- nuestro amigo Marino nosotros lo llamábamos “marciano”, claro, que no tenia ese aspecto, él haciendo gala de su habilidad y valentía se trepó al árbol y montándose sobre una rama en la que habían numerosos racimos de capulí se dispuso a disfrutar de esa natural delicia que ese añoso árbol nos regalaba, pero fatal decisión fue aquella, que mientras recogía esos frutos, oímos un “crack” posiblemente él nunca lo escuchó, por que ni siquiera se inmutó, fue el segundo y definitivo “crack” cuando se dio cuenta, pero ya era demasiado tarde. Por que ya caía velozmente y sin paracaídas al suelo, claro él no pertenecía a la aviación, por su nombre era marino, nosotros en ese instante solo atinamos a lanzar unos alaridos de sorpresa y estupor al mirar horrorizados esa dantesca escena; luego del suelo se elevó una nube de polvo y hojas, y en medio de ella se levantó milagrosamente sano y salvo nuestro héroe: Marino, nuestro marciano favorito.
Ese mismo patio, que, repito me parecía enorme, tenia también un inmenso charco que siempre se mantenía con agua, alimentada por las constantes lluvias, esta “laguna” la compartíamos con los patos y puercos, claro que nosotros no la utilizábamos para bañarnos, pero si para poner en práctica toda nuestra habilidad confeccionando todo tipo de barcos, ya sea de papel, o de madera que lo construíamos ayudados incluso por el carpintero vecino. Para enfrascarnos los fines de semana en terribles y casi interminables competencias, en el que salíamos mojados y enlodados, y muchas veces resfriados, para el afán y preocupación natural de nuestros padres.
Fue esa casa también escenario de mi más terrible pesadilla infantil, al presenciar como esta se derrumbó a causa del fatídico terremoto del 31 de mayo del 70. Aquella vez tuvimos que dormir en improvisadas carpas junto a los manzanos del patio.
Recuerdo con mucha nostalgia que poco tiempo después siendo casi un púber, tuvimos que marcharnos de esa casa, en la que pasé gran parte de mi feliz e inocente infancia.